Por: Carolina Huerta (colaboradora)
CRÓNICA
Anita Tijoux dice que hay que respirar y sacar la voz que estaba muerta para hacerla orquesta. Cuando escuché esta rola, no me quedaba muy claro a qué se refería, pero igual escuchaba la letra de la canción mientras preparaba mis cosas para ir nuevamente al Taller de Poesía y Rap Femenil en la Fábrica de Artes y Oficios (FARO) Tláhuac.
“Por fa vengan cómodas, porque vamos a conocer y mover la cuerpa”, había dicho Cynthia Franco, al finalizar el primer día de la clínica. “¿Cuerpa? ¿Qué no es cuerpo?”, me pregunté mientras me ponía mis pantalones favoritos. Debo decirles queridas lectoras que aún me cuesta trabajo acostumbrarme a este término, al igual que usar el femenino para nombrar partes del cuerpo -cerebra, corazona, útera, etc.- pero como soy muy curiosa me di la tarea de investigar un poco sobre el tema. Encontré que la práctica de la feminización del léxico empezó desde mediados de los setentas con los estudios académicos de Robin Lakoff, dando prioridad la forma gramatical femenina sobre la masculina (falsamente neutral y genérica). El llamado «masculino genérico» ha sido usado durante siglos para borrarnos no sólo de la historia, sino hasta del lenguaje. Herramienta que, por su puesto, una MC [rapera] nunca deja de usar. Así que pensé: “relájate un chingo Carolina, porque hasta tu lengua vas a deconstruir”. Terminé de preparar mi mochila metiendo en ella agua y un pequeño lunch, tal como nos sugirió Cynthia, y salí de mi departamento rumbo a la FARO Tláhuac.
“¿Neta le caminaste hasta la allá? Está bien colgado y peligroso si la banda no te topa, Caro. ¿Por qué no te vas en mototaxi? Del metro nopalera, te cobra como diez varos”, me escribió una amiga por WhatsApp, cuando iba de camino al taller. Sugerencia que acepté porque me sentí más segura, pero aún con mi atuendo poco llamativo no faltó el mototaxista que me mirara lascivamente al subirme a su vehículo. Un problema que vivimos a diario las mujeres, sin importar lo que llevemos puesto, ni por dónde caminemos.
La sensación de alivio -al igual que la que sentí el primer día– volvió a mí cuando llegué a la entrada de la FARO. Los malestares habituales de gripe estaban haciendo estragos en mi cuerpo, pero tenía muchas ganas de saber qué haríamos con Cynthia, dado que ella daría la parte expresión corporal del taller. “¿Cómo desperdiciar una oportunidad de este tamaño por una simple gripa, cuando cada vez le recortan más presupuesto a la Secretaría de Cultura de la CDMX para mantener estos espacios?”, me pregunté. Así que caminé decidida a la Sala de Usos Múltiples.
Hubo más asistentas que la última clase, cosa que me dio mucho gusto. Las salude a todas. Laura, Marisol, Mayra, Mari, Naan, Jacquie, Jade… Luego llegó Cynthia Franco, quién poniendo una mezcla de música africana con tribal, nos enchufó al canal de la expresión corporal, empezando por pedirnos que nos quitáramos los zapatos. “Está no es una clase de danza, porque yo sé que no son bailarinas, ni aspiran a serlo, pero vamos a encontrar esa voz primigenia, la voz que nace de la herida usando toda la cuerpa…”, y comenzamos el viaje.
Empezamos con ejercicios de estiramiento hasta llegar a la «respiración ovárica». Identificamos primero nuestro diafragma, útero y ovarios con nuestras manos y bajamos el aire de nuestra respiración hasta sentirlo en el vientre, para así producir sonido. Nos pidió que no usáramos un vocablo en particular, sino lo que nos fuera saliendo desde la forma más primitiva. “Despertando la voz desde la herida”, decía Cynthia mientras hacíamos el ejercicio sentadas y con ojos abiertos. Después realizamos el mismo ejercicio poniéndonos de pie para seguir la música tribal, conectadas siempre la parte de nuestra anatomía femenina con mayor potencial energético: El útero.
“Ahí vive la voz herida, sólo recuerden el dolor del parto, la primer menstruación o la primera relación sexual… Las heridas de nuestras ancestras…”, comentaba Cynthia mientras seguíamos sus indicaciones. En ese momento entendí que para las mujeres el útero es el órgano que recibe todas nuestras emociones a lo largo de nuestra vida.
De la herida a la cachorra que aprende
Poner en práctica la respiración que nos enseñó para sacar la voz no es asunto sencillo, y más si vivíamos desconectadas de nuestra cuerpa. El último ejercicio fue para aprender a decir «NO», usando esta voz recién descubierta. Pasamos en parejas al centro del salón, muchas para no perder la conexión con su cuerpa, se tocaban el vientre y hacían el ejercicio “sintiendo ese poder”, y debo decir que todas recordamos muchas de nuestras heridas. “¡No! ¡No me toques! ¡No quiero! ¡No! ¡No! ¡QUE NO!”. Al final de este ejercicio me di cuenta que no hubo ni una sola chica que no derramara lágrimas.
“Aprende cachorra, desgarra, aprende cachorra…”, repetía Cynthia, mientras ella -con las palmas dobladas- daba pequeños golpes en las manos abiertas de Naan, un ejercicio sumamente empoderador. Todas lo hicimos en pareja y noté que después de las lágrimas, en las caras de todas nosotras se dibujaban sonrisas. Era autodefensa con voz. “Aprende… Aprende, cachorra…. desgarra. Aprende, cachorra”, decíamos todas en voz alta, como la manada -que sin planearlo- ya éramos.
Al finalizar la sesión vaciamos nuestro sentir en unas hojas blancas que Cynthia nos dió. Fue una clase de autoconocimiento, conexión femenina y empoderamiento. Cuando salí del salón ni siquiera había rastro de los malestares de mi enfermedad, había abierto la conexión más importante: mi útero y mi voz.
Después de casi 25 años, terminé de entender lo que dice Anita Tijoux en su canción: “Respirar y sacar la voz que estaba muerta y hacerla orquesta”.